martes, 18 de marzo de 2008

Tres días en Barcelona (y VII)

Buda, el gato de Diego, está inquieto. Cruzamos nuestras miradas extraviadas a las cuatro de la mañana, a las cinco, a las seis. A esa hora me voy a la cocina para leer sin molestar los sueños de Paloma ni los de nuestro anfitrión. Repaso las viejas, concienzudas y fallidas traducciones que Alberto Manzano hizo hace veinte años de las canciones de Bowie. Canturreo Ashes To Ashes. Leo un par de libros de poemas de Pablo García Casado, y sus palabras proyectan sombras brillantes en el techo de este loft. Anoche vimos el portafolio de Diego: en sus fotografías se escucha una intención atractiva y propia, la luz marca un ritmo invisible pero eficaz, las imágenes están aquí pero también en otro lugar inesperado, a veces inescrutable. El frigorífico se queja y en ese momento procuro detener mis pensamientos. Recibo el resumen de esta estancia breve, indisciplinada y hermosa. Me invaden las ganas de volver pronto a esta ciudad. Arrastro nuestra gran maleta roja entre las basuras sin recoger. Huele a café, huele a flores. La mañana fresca sabe a Raval y a poemas. La luz verde de un taxi anónimo nos recuerda que somos libres.

1 comentario:

J. A. Montano dijo...

Pues acabo de hacerme un viajecito por Barcelona, tan guapamente: es pasada la medianoche del Miércoles Santos y en la tele han salido capillitas llorando porque la lluvia les ha impedido salir con sus estólidas procesiones... Ha estado bien encontrarse aquí este viajecillo barcelonés.